Algunas de las cosas que se me ocurren

Miedo a Vivir

Había una sensación

Un crimen escondido

Una dedicatoria


El joven nunca suspiró

Relojeando el tiempo

Deleitando a las horas

Bonsái

Escuchar al plantín.

Soñar el sueño.

Y el cielo alcanzar.


Respirar es sentirse.

Meditar es soñarse.

No pensar, sin pensar.


Sentir el sueño.

Sentirlo vivo.

Como al bonsái.

Fuego interno

El dolor es cálido

Enseña vida

Las Hojas y el Viento

Nadie le dijo al árbol que era otoño. Pero él, improvisto de necedades, se abalanzó a consumir toda la energía que le quedaban a sus hojas, y simplemente no tuvo más remedio que dejarlas ir, desnudando su interior y mostrando una versión fría y casi sin vida.

El destino de cada hoja se presentó como un capricho del viento, que marcaba para derecha o izquierda, a un lado y hacia el otro, para adelante y atrás, subiendo y bajando. Y siempre cayendo, flotando. Sumiéndose en una contemplación del mundo una vez más intensa y catastrófica, pero a su vez placentera y cálida.

El resplandeciente sol acariciaba los tallos y quemaba los bordes ya secos y marchitos como un final de inesperada dulzura. Y sin embargo el frío otoñal se hacía presente poco a poco, escondiendo al sufrido invierno en un manto de nubes y quejumbras. El sol mantenía su postura, revolviendo un momento más ese recuerdo inhóspito de sed y devoción que cada hoja le entregó durante su ciclo de vida.

Y el árbol estaba ahí, contemplando con amor e indiferencia cómo cada una de sus hojas caían en búsqueda de un lugar en dónde descansar. Pero el viento, sucio y anacarado, entretejía nuevos caminos.

Una verdad oculta en el sueño de ser. Respondiendo al certero final, desnudo y contemplativo.

Horizonte

El cielo cantaba una sonata de luces tintineantes en miles de versiones que mis ojos descomponían y entendían como un sufragio de libertad emocional. Pero no podía pensar en eso, mi estómago se llenaba de preguntas tales como ¿Qué voy a comer?, o ¿Qué hago acá?

Pero en ese mar de dudas había algunas que me sorprendían aún más por su corta respuesta.

¿Quién soy yo? ¿Quién es yo?

Una y otra vez en mi cerebro esas preguntas golpeaban con un eco seco y estruendoso.

Mis manos partidas se agarraban con algo de fuerza de los bordes del bote y trataban de darle un poco de paz a ese movimiento fluctuante de atrás y adelante.

La luna me observaba con cautela, esperaba mis próximos movimientos. Pero yo la miraba con asombro juvenil y le respondía que no espere más que un simple suspiro de esperanza por lograr llegar a tierra.

¿Acaso era la tierra mi objetivo?

¿Acaso la necesidad de pisar un terreno firme lograba construir en mi mente un laberinto de dudas y certezas que no tenían respuesta pero me dejaban limpiar al tiempo de un mal trago?

El mar siempre fue un maestro muy duro. Y la luna, fiel a su enigma eterno, se entreteje en un manto de clarividencia, en donde muchos pueden (o dicen) encontrar respuestas.

Pero yo sabía que no. Para mí era una piedra sin siquiera luz propia, pero con la energía de ordenar un mundo único y eterno, sin bordes o finales. Un mundo de tierra, agua, aire y fuego. Un mundo polar y angustiado que sufría tanto como yo.

La bruma se hizo presente mientras desfiguraba el inocente clima de soledad. El frío de la noche no me dejaba respirar y mis labios tiritaban a un ritmo placentero, al tiempo que la sal escapaba de todos mis poros.

El cielo se encarnó en una espiral nebulosa y me venció. Me venció una vez más.

Sin darle una respuesta.

Sin lograr entenderlo.

Tal vez, y sólo tal vez, necesitaba un poco más de cielo para mí.

Para darme el lujo de saber quién fui, al menos esa vez.

Ningún Don es un Don de Dioses

Dedicado a la última escena que un suspiro creó.

En el afán de querer tener más de lo que me prometieron en vida, la desesperación me ahoga y no me permito apreciar el suspiro eterno, ese que te enseña a ver el presente sin final.

Es delicado y atrevido. Te enrojece y nubla dejándote atado a esa libertad extraordinaria, en donde no existe más que ser por ser.

Miro el cielo, lleno de nubes, coloreado con cientos y miles de pinceladas distintas que forman un infinito tan sobrenatural como verdadero.

Y ahí está.

Sobrepasando los setenta millones de colores.

Sobrepasando el infinito de colores.

Ver a un Dios proviene del interior, contemplando lo más preciado y delicado. Eso que supera al infinito en un solo suspiro.

Destrucción

A una verdad no le entra ninguna mentira.

Se cae a pedazos tratando de existir.

Pero gasta más energía de la que genera.

Porque se nubla con un caótico pensamiento sobreactuado.

Ignorando todo.

Dejando de ser nada.

Para convertirse en un absurdo final incesante y obstinado por ser algo.

Aunque sea lo mínimo.

Intentando llegar.

Aunque se quede a medio camino regulando por el frío y la soledad. Intentando escapar de un miedo vacío y solemne. Absoluto y primordial. Alentando al fuego caído del cielo, para que vuelva a ser gota de un sudor sin pasión ni dolor.

Una gota de sudor que espera ser por algo.

Hasta que al final se da cuenta de dónde está.

Y qué hace ahí.

Y se pregunta.

«¿Acaso seré yo,

quien alguna vez supe sostener el deseo,

hoy no pueda entender al destino?

Es mi ángel, mi sosiego y mi sorpresa.

Es el deseo de verme en el espejo y encontrar puras cenizas.

Pero respiro y me contengo,

para la foto…»

Describiendo el Tiempo

No sé si fue nuevo, o distinto.

Pero sé que fue raro.

Y lo será mientras lo siga pensando, y analizando.

¿Acaso la propia pregunta no es mi propio escape?

¿Valdría un sinfín de oraciones el resultado de un mero capricho, nacido de una idea en su estado más bruto y abstracto?

Un segundo mirando a ningún lado creó un vórtice hacia otro estado. Dejándome la mirada perdida, sin la necesidad de encontrarla de nuevo. El instante en donde el espacio me observa, y me muestra un punto de una realidad absoluta y primordial que me deja boquiabierto y olvidado en el tiempo. Respirando un aire fugaz y malcriado. Saboreando el momento en donde el movimiento no tiene dirección aparente y simplemente nace para revelarse.

Hasta que el chasquido se hace presente y aquello que mantenía preso a mi tiempo se desmorona en miles de preguntas ilógicas. Preguntas que hace un momento tenían la sabiduría del distinguir el bien y el mal. Que eran creadas en un universo con reglas propias y por ello estaban vivas. Apreciando la calidez de ser pensadas.

Tal y cómo fueron creadas.

Para ser preguntas intimidantes y retrospectivas.

Sin importar su respuesta.

Verdaderas.

Clemente

¿A cuál sueño lejano le pedirás que te cubra con su manto esta noche?

¡No! – sentenció Clemente -, no hay ninguna comisaría acá. El cemento es tu límite y más vale que te lleves bien. Lo besarás más veces que a tu amante, y será el propio cemento el que te abrigará algún día.

El sonido era tímido pero perceptible, como una gota cayendo en otra habitación, haciéndose presente segundo a segundo y transformándose de a poco en tortura. Pero hasta ese momento apenas se percibía como un aleteo alejado, y mudo.

La angustia se coló en sus ojos y al abrirlos Clemente contempló su alma.

El Ser

Un verdugo inocente

que cela el deseo de vivir

y colapsa,

adiestrado y dormido

sin ánimos de ocultar

tan sólo anonimar,

dejando de ser,

a ese quien dejó de ser,

quien alguna vez fue

aunque siga siendo,

distinto a quien fue.

Y todo gracias a él,

quien no fue más,

que una coma irónica

en su oración y nada más.

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