Algunas de las cosas que se me ocurren

Hechizada

Se levantó.

Mirando al cielo.

Aturdida.

Complejizando.

Describiéndose como un error.

Algo que no debería ser.

Pero que es y está.

Apretó las uñas.

Tan profundo.

Buscando.

Respondiendo.

Despertándose un segundo.

De una falsa realidad.

Que no distingue.

Cerró los ojos.

Despacio y sin ruido.

Descansando.

Casi durmiendo.

Simulando que está todo bien.

Cuando sabe que no.

Pero que fluya.

Exilio

¿Por qué huyes?

Porque me persiguen.

¿Quiénes te persiguen?

Opositores. O mejor dicho, quienes quieren quedarse con lo mío.

¿Lo tuyo?

Mis tierras, mi riqueza, pero por sobre todo mi poder.

¿Y para qué quieren lo tuyo?

Mis tierras son abundantes y fértiles. Cubiertas de pastizales y cosechas. Con miles de personas que las trabajan. Quieren ser dueños de todo lo que es mío.

¿Tu eres dueño de todo eso?

Es mío por derecho.

¿Huyes porque intentan matarte?

Me fui de mis tierras pacíficamente, pero pronto iniciarán una cacería. Publicarán un falso crimen en mi nombre y habrá una recompensa por mi cabeza.

¿Cómo sabes que harán eso?

Es una fórmula básica para obtener el poder. La tierra y la riqueza tienen nombres, el poder es simbólico y mucho más difícil de conseguir.

¿A dónde vas?

A algún lugar en donde no sepan mi nombre.

¿Queda muy lejos eso?

No conozco un lugar en donde no sepan mi nombre. Asumo que el viaje será largo.

¿Te conoce mucha gente?

Mucha. Mi rostro aparece en todas las monedas. Antes de volver tendré que esperar a que se cambien todas las monedas del reino.

¿Pasará mucho tiempo para eso?

Creo que necesitaré un par de vidas más para ver el momento en donde no circule una sola moneda con mi rostro.

¿No tienes amigos que te puedan ocultar?

Prefiero que no. Los pondría en peligro, y además ninguno guardaría el secreto por mucho tiempo. Ningún amigo es un lugar seguro.

¿Y que harás cuando llegues a algún lugar seguro?

Lo primero será dormir. Sin la necesidad de tener un ojo abierto, o una daga debajo de la almohada. Simplemente dormiré profundamente, sabiendo que me despertaré en el mismo lugar y con la misma cantidad de sangre.

¿Es difícil el exilio?

Bastante. Tengo la sensación de que todos quieren matarme. En mi cabeza todos son posibles asesinos.

¿Desconfías de mí?

No. Nunca desconfiaría de ti.

De Gigantes & Verdugos

Durante toda la caída me fui sosteniendo de piedras y raíces que sobresalían del suelo seco y rocoso. Al principio, unos pocos grados de inclinación en la pendiente no significaba tanto trabajo, pero luego de unos diez metros más, la pendiente se hizo muchísimo más pronunciada y simplemente caí. Mis manos intentaban frenar la caída pero sólo conseguía que se raspen violentamente. En un momento algo golpeó mi muslo, pero no sentía nada de eso. En mi cerebro todo se traducía como imágenes a procesar en algún futuro, pero nada de sensaciones más que lo urgente.

Cuando la pendiente llegó a su fin, el pasto verde y alto me daba la certeza de que no estaba en el camino correcto. Delante mío nacía el valle de entre los montes, y en lo único que pensaba era que la guardabosques de la entrada nos advirtió que no saltiemos los caminos principales porque hace calor y es temporada de serpientes. Para nosotros era como un juego, saltearse los caminos y encontrarnos unos metros más abajo. A cambio teníamos algún codo raspado y bastante polvo. Pero nada tan grave como para no beneficiarse del placer de divertirse.

El último atajo me significó algo más que un codo rojo, o un poco de polvo. Ese último atajo me dejó mirando al propio valle del monte, lleno de árboles y arbustos. Sin horizonte ni sendero.

El celular no tenía señal, y sólo lo acompañaba un treinta porciento de carga. Lo guardé en el bolsillo de adelante y me acomodé la gorra. Ajusté la mochila en donde tenía los cigarrillos, la cámara, el encendedor y media botella de agua. Hice un rápido repaso de todo lo que tenía. De alguna manera me estaba preparando para hacerme cargo de la situación. Tenía que volver al camino. En mis opciones estaba volver a subir la pendiente, aunque su inclinación significaba muchísimo esfuerzo y el riesgo de caer y romperme algún hueso contra las piedras.

Algo me llamaba a entrar al monte.

Un recuerdo ajeno que se colaba en una fantasía que todavía no existía.

Un frío caliente se apoderó de mis piernas y empezaron a correr sin mirar atrás. Los brazos me abrían el paso entre las ramas y espinas de aquellos arbustos secos. Sin embargo, no sentía nada físico. Mi cuerpo estaba debajo de una catarata de adrenalina que me obligaba a sentir el todo y la nada.

Apenas se lograba ver el cielo y no había nubes, pero el sol tímidamente rozaba las copas de los árboles más altos. El cerro se erguía firme como un gigante dormido, mientras que yo me sentía tan pequeño y frágil como un insignificante insecto escapando por su vida. Corría como si en cada paso hubiese una serpiente que pudiese saltar y atacarme. No me sentía seguro. En ningún momento. Lo único que anhelaba era llegar al camino. Volver a la civilización. O al menos sobrevivir.

Algo me tiró la gorra. Alguna rama, tal vez. Pero no paré. Seguí corriendo y de golpe, faltando una pulgada para llegar al punto de no retorno, frené. Si daba un paso más perdería mi gorra para siempre y estaba seguro que nunca más volvería por ella. Vacilé. La idea de volver aunque sea un metro no me gustaba, estaba cada vez más cerca de la civilización.

Pero me negué a dejarla y miré para atrás, a buscarla.

Pero ya no había atrás. Ni tampoco adelante.

El espacio y el tiempo se transformaron en ideas y sueños.

Me encontré rodeado de un único ser que empatizaba conmigo, y donde yo era parte de él también.

Y escuché la infinidad del silencio.

Y sentí el perfume del polvo, y el aroma de un lugar olvidado.

Me sentí tan avasallado por la solemnidad de la naturaleza en su estado más primitivo que logré verle la cara al gigante del monte.

Y ese gigante me miró.

Y aunque fue sólo un segundo, o una fracción de segundo, ese gigante me miró.

Y me saludó.

Y me abrazó.

Y me sentí bien.

Seguro.

Durante un instante eterno pude ver al gigante del monte y él me miró a mí.

Existenciales

¿Hasta dónde llega la mirada del otro?

¿Hasta dónde llega nuestra idea de la mirada del otro?

¿Somos la mirada del otro?

¿O el resultado de la mirada del otro?

¿Y si esa mirada es en realidad una proyección?

¿O algo así como una idea nuestra de lo que suponemos del otro?

¿Es tan importante la mirada?

¿Sentirse mirado?

¿Significa confabular contra uno mismo?

¿Acaso uno mismo crea ese ojo observador y amenazante?

¿Ese ojo es realmente el otro?

¿O ese otro también es creación nuestra?

¿No somos más que un eterno eco de miradas en nuestra mente?

¿Un sinfín de malabares desordenados?

¿O un armado sencillo y antidemocrático de inexperiencias?


Donde estoy yo hay un otro.

Yo soy uno y otro.

Yo convivo en mi psiquis y conmigo.

Obteniendo un eco prematuro y aglutinante.

Que condecora e imagina.

Que sueña e idealiza.

Una imagen proyectada de mis recuerdos.

Atravesada por millones de estímulos.

A los que les doy un sentido.

Negativo y positivo y objetivo.

Pero escuchando.

Y siendo mirado.

Por mi y por ese otro que creo en mí.

Esperando conformarlo.

Algún día.

Somos un universo

Evadiéndonos

En la oscuridad plena

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