Walter tocó seis timbrazos fuertes en la casa del Negro. Estaba desesperado, su respiración se le aceleraba y cada timbrazo se hacía más largo a medida que el Negro no aparecía para abrirle la puerta.
– ¡Ya va, ya va! -, se escuchó desde dentro de la casa.
El Negro se sorprendió al ver a Walter con la camisa desprendida, y sosteniéndose del marco de la puerta. Estaba algo transpirado, pero el saco le tapaba bastante bien las aureolas de sudor en las axilas. Se preocupó al verlo así.
– ¿Qué pasó, Walter?
– No, Negro, necesito que me ayudes -, cada palabra le costaba, jadeaba y apenas podía enfocar la vista.
– Si, pasá, amigo.
El Negro escoltó a Walter hasta el baño de servicio, y buscó en la heladera algo para servirle.
– Gracias Negro -, dijo Walter mientras recibía una lata de cerveza helada.
– Che, no me preocupes más. ¿Qué pasó Walter? ¿Recién salís de la oficina?
– Si, vengo de ahí. Y necesito que me ayudes -, tomó un sorbo largo de cerveza que le abrió el esófago y le enfrió el pecho. – Ufff, lo re necesitaba. Gracias.
El Negro buscó otra y se la sirvió en un vaso. Walter nunca se había percatado que su anfitrión le había dejado un chopp delante suyo y lo que quedaba de su cerveza lo terminó sirviendo para brindar.
– ¡Salud, amigo! Pero contame, ¿qué anda pasando?
– Vos sos informático Negro, tenés que tener alguna salida. Le mandé un mail al jefe pidiendo mi renuncia.
– ¡Ahh, tranquilo, no pasa nada!
Walter tomó otro trago largo dejando en su chopp sólo un culito de cerveza y bastante espuma. Lo interrumpió.
– No, no es sólo eso. Ojala le haya mandado eso nomás, pero también le dije algunas cosas que no están buenas.
El negro comenzó a reírse suave pero burlonamente mientras buscaba otra lata para ofrecerle. Walter continuó.
– ¡Pará, no te rías! En el correo le puse que es un desagradecido. Que hace más de diez años que estoy trabajando para la empresa y que en estos diez años nunca recibí ni siquiera un agradecimiento por lo que hice. ¿Entendés que le hice ganar a la empresa más del cuarenta porciento en utilidades anuales?
– No, la verdad que no entiendo. Lo mío es más de computadoras.
– Si, por eso vengo a verte. Necesito que borres ese mail.
El Negro estaba entretenido escuchando el relato y soltó una sonrisa para calmarlo.
– No, Walter, una vez enviado un mail, no se puede «borrar». Simplemente viaja por la nube y llega a la otra persona. Y es instantáneo.
Walter se agarró la cabeza mientras el Negro disfrutaba del espectáculo. Caminaba de un lado al otro en pasos cortos y mirando el suelo y su cerveza. El Negro se reía para adentro. Se regocijaba viendo a su amigo desprenderse de toda dignidad mientras puteaba en frases cortas.
– No sé Negro, necesito tranquilizarme. Nuestro jefe es un hijo de puta, pero necesito seguir laburando. Hace diez años que trabajo y nadie lo aprecia. Encima en el mail le puse que es un desagradecido, porque a la secretaria le paga más que a mí. Es inaceptable.
El Negro intentaba calmarlo.
– Despreocupate Walter, ¿Vamos al patio?, que está lindo para aprovechar afuera y te va a venir bien tomar aire.
– No, Negro, porque a todo esto, ¿sabés por qué la secretaria cobra más que yo?
– ¿La secretaria? ¿Claudia? -, el Negro se llevó el chopp a la boca mientras esperaba la respuesta de su amigo.
– ¡Si, Claudia! ¿Sabés por qué? ¡Porque se encama con el jefe!
El Negro escupió toda la cerveza.
– ¡Viste! – continuó Walter -, y eso no es todo. Resulta que Claudia no sólo se encama con el jefe, sino que dicen que también se encama con otros dos.
– ¿Cómo? -, los ojos parecían dos huevos queriendo escapar y las pupilas se le dilataron. Una vena empezó a notársele en la sien.
– ¡Es como te digo, amigo! -, prosiguió Walter -, no me importa qué haga Claudia, pero si el jefe se encama, y otros dos se encaman con ella… ¿Qué tengo que pensar? ¿Acaso me tengo que encamar yo también con todos para recibir un aumento? Te juro, tengo tanta bronca acumulada que necesito largarla. Encima dicen que uno de los que está con Claudia es Alberto, el gordo del estacionamiento.
– ¿Alberto? -, preguntó el Negro sorprendido. No apartaba la vista de Walter y apretaba el chopp con fuerza.
– ¡Si! Ese gordo parece que le da estacionamiento gratis por encamarse con ella. Es un desagradable el gordo ese. Y el otro no sé quién pueda ser. Dicen que tiene una cara de boludo que se le cae, pero no sé quién pueda ser, nadie me dice.
El Negro apoyó el chopp con fuerza contra la mesada y estrujó la lata de cerveza dejando que algunas gotas caigan directamente el piso.
– ¡Mirá vos! -, dijo el Negro irónico y sin emoción.
– ¿Qué pasa, Negro? ¿Estás bien? -, Walter se preocupo al ver que la expresión de su amigo cambiaba segundo a segundo.
– ¿Sabés que pasa? Yo te voy a decir qué pasa -, las venas de su cuello ya tenían formas definidas -, pasa que ese que «tiene una cara de boludo que se le cae» soy yo. Yo estoy saliendo con Claudia hace meses, y siempre me pidió que tratemos de mantenerlo en secreto.
– ¡Uhhhh! No, Negro, ¡no me digas! -, dijo buscando algo de empatía.
– Y, ¿sabés qué es lo peor de todo? Que en el patio hay una fiesta sorpresa para vos.
– ¿Cómo?
– Si, Walter. Estuve meses hablando con el jefe para que te dé ese bendito aumento y hoy lo iba a hacer oficial. Está media empresa en el fondo. El jefe, los de personal, los de sistemas, y hasta Claudia y Alberto.
– No, Negro, tranquilo amigo. No sabía lo tuyo y Claudia.
– No Walter, ¿sabés qué?, me voy, no quiero estar acá.
El Negro agarró la campera y mientras abría la puerta para irse, se giró y le dijo a Walter.
– Encima de todo, sos tan inoperante que me mandaste el mail a mí en lugar del jefe -, y estrelló la puerta contra el marco, dejando un estruendo seco y abrumador.
Walter quedó boquiabierto y apoyó suavemente la cerveza en la mesada.
– Ufff, menos mal -, dijo en un suspiro aliviador mientras salía al patio sonriendo y acomodándose el saco.