Me desperté con frío. Muchísimo frío.
Sentía el cuerpo helado y se movía por cuenta propia tratando de buscar algo de calor, aunque sea ínfimo. Por cada contracción muscular aparecía un dolor agudo que me hacía olvidar el frío y me obligaba a morder con fuerza. Mi cuerpo actuaba solo. Yo simplemente sentía, no podía controlar nada, me movía por impulsos y reacciones.
Me sentía mojado. Todo el costado derecho estaba tieso por el frío y la humedad. Intenté moverme, pero sentía cómo el agua se colaba entre los pliegues del pantalón y llegaba a la piel. Congelando aún más la zona.
Intenté abrir los ojos, pero la claridad de la mañana me aniquiló de un rayo y lo único que pude ver fue el blanco. Los tuve que cerrar con fuerza por el dolor de cabeza que me provocó. Quería ver algo, donde estaba. Fui abriéndolos despacio. Intentando ver de a poco, no sé, algo.
Veía todo borroso, pero pude entender que estaba acostado en un charco de agua y barro. Apreté las manos y las volví a estirar. Las necesitaba funcionales, sentía que las iba a necesitar pronto y quería que se vayan preparando. Las piernas resultaron estar muchísimo más dormidas y doloridas. Moví el cuello intentando poner la cabeza en horizontal y al enfocar un poco más la vista alcancé a ver pastos bastante altos.
Un suave viento se hizo presente y los pastos se golpeaban unos con otros dejando escuchar la brisa. Estiré los dedos y apoyé la mano izquierda en el suelo. Se hundió en el barro hasta la muñeca, pero frenó en donde había una piedra, o tal vez tierra más dura. En un acto de esfuerzo impresionante pude reclinarme un poco y fue cuando noté que el pasto no estaba tan alto realmente. Tirado en el suelo todo parecía alto.
Me acomodé un poco más y me vi el jean que estaba totalmente mojado y lleno de barro. La campera zafaba un poco más, estaba embarrada de un sólo lado y al ser de cuero se bancaba mejor la humedad. El pecho lo tenía empapado, pero la humedad era pegajosa, parecía que era simplemente transpiración.
Pasó otro viento más fresco que el primero y sentí como me atravesó dejando un escalofríos insoportable. Me apreté fuerte el pecho y miré para los costados. Cuando me encontré con el sol de frente me enceguecí de nuevo. El dolor de cabeza se hizo presente por segunda vez y esta vez fue mucho más profundo y aniquilador que la primera. Me obligó a cerrar los ojos y me dieron ganas de vomitar. Aunque algo me decía que no lo haga. Sentía en la boca un gusto ácido y amargo. Ese algo me decía que no estaba bueno sumarle el gusto del vómito.
Me refregué los ojos con los dedos y el barro me raspó los párpados. Me limpié los nudillos con la camisa y con un poco más de esfuerzo estiré algo de la misma para limpiarme la vista. Me concentré tratando de no sentir por un instante el dolor de cabeza y ubicarme en dónde estaba. La vista seguía algo nublada, y hasta donde llegaba a ver sólo habían pastos hasta la rodilla y algún que otro árbol a unos cuantos metros. No había nada que me resulte conocido. Pero nada me resultaba extraño tampoco.
Me acomodé en cuclillas sintiendo la pesadez de cada movimiento. Todo me dolía. Las piernas, la cintura, la espalda, los brazos, el cuello, la cabeza, la panza. La sensación de vómito había dejado develado un malestar estomacal que se hacía más irritante segundo a segundo. No entendía, pero tampoco buscaba ninguna respuesta, sólo quería que se pasen todos los dolores. Todo me dolía y necesitaba salir del charco.