El bajón se hacía sentir en las tripas de Guille. Rezongaba por dentro. Las últimas pastillas fueron innecesarias, pero Guille necesitaba subir un poco más. Al menos un rato. Lo mínimo era algo.

– Creo que estoy por vomitar

– No seas boludo. No las escupas.

Guille se dejó caer del lado izquierdo y giró un poco por el pasto para quedar del lado derecho.

– Al revés quedate, no aprietes el hígado que es peor.

A Guille le costó una barbaridad, pero a milímetros de apoyar la mejilla su mundo empezó a girar más de lo que podía controlar. Un sabor amargo y ácido provino de su esófago y produjo un reflejo que hizo escupir algo de saliva rancia. Escupió y se giró dándole la espalda a Darío. Apoyando su costado derecho.

– ¡Dejame acostarme como quiero!

– Hacé como quieras. No me grites.

Darío miró el suelo y se quedó colgado mirando el caminito de las hormigas. Eran las seis y pico de la mañana y estaban recontra activas. El sol había salido hace rato. Darío volvió a ver a Guille y lo encontró en posición fetal. Acostado del lado izquierdo. Sonrió.

Guille tosió y se limpió la baba mezclada con pasto y hormigas.

– Che, Daro…

– ¿Qué?

– ¿Vendemos crack y flash?

– ¿Flash?

– Si, flash, suena re piola para droga.

– No existe el flash.

– Inventemos una droga. Y le ponemos flash. Y la vendemos nosotros solos. Nos hacemos millonarios. ¿Cuál hay?

– Que ni vos ni yo somos bioquímistros como para hacer flash, y menos crear una droga nueva.

– Bioquímicos se dice.

– No importa.

Darío volvió a su mundo mirando las hormigas. Ya tenía las articulaciones de las rodillas duras. Sabía que al moverlas le iban a doler. Empezó de a poco a intentar moverlas, pero era poco, prefería quedarse en cuclillas un rato más mirando las hormigas a tener que soportar el dolor del estiramiento.

– Che, Guille…

– ¿Qué?

– Me va la de flash.

– ¡Viste! ¡Vamos toneladas! No, no hay mucho dinero.

– No tenemos como para toneladas, pero si conseguimos a algún bioquí…mico barato la podemos hacer.

– La de Breaking Bad.

– El papá de Malcolm.

– Ese. Heisenberg.

– Un crack.

– Sería gracioso que el rubio ese se llame flash.

Ambos formalizaron una sonrisa austera y muy sincera, y se quedaron callados un par de minutos. Cada uno tratando de enfocar la vista, y corroborar cada tanto que podían mover los músculos.

La plaza estaba lo suficientemente vacía como para que los dos se sientan tranquilos y el barrio era demasiado placentero como para que pudieran sentirse intimidados de alguna manera. La gente que iba a trabajar sabía esquivarlos.

El sol giró lo suficiente como para pegarle en la cara a Guille. Tragó un pedazo de saliva amarga y pastosa e intentó acomodarse mirando algún punto fijo. Se había quedado dormido unos minutos y en todo ese tiempo Darío se quedó mirando las hormigas y cómo estas esquivaban los palitos que él les tiraba.

– Che, Daro…

– ¿Qué?

– ¿Y si en vez de hacer flash comemos algo? Creo que me siento mal.

– Deberíamos ir a la panadería.

– Comprate unos chispá.

– Pero vení conmigo.

– Dame un rato.

Darío intentó estirar las rodillas, pero sentía que ya estaban agarrotadas al máximo. No iba a ser fácil moverlas. Y se quedó así. Admirando a las hormigas hasta que Guille se levante. En algún momento.

-Che, Guille…