Recuerdos encerrados en cajones de cristal que se manchan debiendo sostener una cordura final de estrepitosa sensación. Verdades absolutas de ambiciones se corroen y narran historias que cualquier cielo desearía imaginar, pero que están ahí, hechizadas en cuentos y cánticos perdidos en tierras de alta llanura y un bajo helado.

El clima se hizo horrendo, el dolor se agudizó y sus mentalidades se fusionaron construyendo mares y ataduras de millones de notas. Yo creo que no. Aunque no pueda ser cuestionado.

Miradas ancestrales, rituales rítmicos y sofisticados que hacen sombra a un universo apocalíptico y siembran una esperanza de amor y cordialidad tan tierna que derrama un poco de savia amarga. Haciendo bien, tanto bien que ahuyenta tanto mal inventado. Es gracioso satisfacerse de lo mínimo. Estamos tan llenos de esa sazón violeta que nos culmina a sentarnos y no sospechar porque más lindo es ver.

Un vaso de soda en la noche, un auto estacionado en la puerta y el portón que no canta. Reluciente diamante que se frustra por no intentar tocar el carbono de nuestra historia, cuando no depende más que de ello para vivir y ser feliz por lograrlo.

Un gigante absoluto se derrama en tierra y pasto para encontrase a sí mismo, zumbando, aleteando y volviendo a volar. Conociendo las historias más chicas por perder lo más grande, y entender, de una buena vez, que siempre hay que buscar. A eso vinimos.

Desde abajo y bien arriba, bailando, celebrando. Cruzando diablos y mazmorras para llegar a ese tesoro incalculable que no valió el camino porque éste fue más gratificante. Rodados de metal, cadenas de plata y filtros solares que se embalsan en autopistas de sacrificios y desafíos, pero contemplando ese horizonte ancestral cueste lo que cueste. Llamados del pasado que se canalizan en futuro cercano y eterno.

Un siniestro final se hizo presente para aclarar ciertas dudas y restituir ciertas certezas. Levantando un descontrolado huracán que nunca dejó de interpretar la vida como una satisfacción pasajera, bebiendo y destruyendo mitos mientras creaba leyendas. Porque su nombre nunca será olvidado. Un nombre que respira por si solo y se sobresalta cuando el clima desértico se llevaba una caravana puesta. Descarrilando un poco, sin derrapar lo suficiente. Como para sentir la tierra sin escapar de ella.

Un lugar escondido se abre paso a paso a ser un paraíso octogonal que se celebra en la memoria irrisoria de un cuento malogrado, pero con muchísima sinceridad escondida que se escapa a son y sentido. Una olvidada leyenda sobre un contendiente de la vida y la liberación que se presenta como un hermoso amante del destino oculto de sentir que todo tiene una razón hermosa para estar. Una visión asesina que se fragmenta al pensarla y contemplarla en su belleza utópica y siniestra.

Verde locura extraordinaria, triple sensación de cimas y tierras empapadas de un lecho anaranjado y brilloso. Mirando el néctar y creyendo que es miel de abejas, porque la clarividencia del clima no es más que una lustrosa guerra que me miente y desgarra. Sin luchar por luchar, haciéndolo por amor.