Pasé un buen tiempo caminando y comiendo. Pero no podía sacarme esa cosa gigante de la cabeza. La rodeaba a distancia buscando los montes de frutas, pero la enormidad seguía ahí, llamándome. No le encontraba forma o emoción. Curiosidad tal vez, no sé.

No perdería nada en ir hasta allá, estaba dando vueltas en círculos desde hace horas y no imaginaba qué más poder hacer. Necesitaba ir a algún lado.

– Ya fue, vamos para allá y veamos que es eso -, dije en voz alta.

«¿Vamos? ¿Veamos? … ¿Quienes?» – dudé por un instante en quedarme en esa pregunta pero algo me decía que a eso no le iba a encontrar respuesta alguna.

La enormidad a la distancia me daba la excusa perfecta para seguir pensando en otra cosa. Ya estaba bien comido, y aunque algunos dolores seguían ahí nada me detenía a hacer algo más importante.

Al ir acercándome pude distinguir su color cobre oscuro y rancio, con manchas opacas y negras. Medía unos tres metros de alto y era más grande que cualquier árbol que había visto hasta el momento. Tenía una textura rasposa y oxidada, de metal pintado y olvidada de mantenimiento por décadas. Detrás tenía unas estructuras metálicas soldadas con agujeros y remaches. Y aunque podría describirla de pie a rabo, la pude nombrar faltando nomás medio metro.

«Una boya… ¿no debería de estar flotando en el agua?»

Me acerqué un poco más hasta que la pata se me incrustó en el barro que había alrededor de la misma. La tierra estaba muy blanda y formaban charcos de barro arcilloso que parecían tener decenas de años de edad.

Tratando de imaginar su forma completa parecía que la enormidad estaba hundida en el suelo al menos medio metro. Era realmente una enormidad.

– ¿De dónde saliste vos? -, le pregunté en voz alta.

«¿Vos?» -, pensé.

– ¿Quién sos vos y por qué tenés entidad? -, le repregunté.

La enormidad no contestaba, aunque en mi cabeza algo esperaba que si me conteste.

«Tiene que venir del mar. Una boya tan grande tiene que venir del mar. Pero no parece que haya alguna playa cerca», deduje sin inmiscuirme en la esencia de la entidad.

Cuando comencé a rodear a la enormidad vi que a unos trescientos metros por detrás se vislumbraba una basta cantidad de agua que no tenía límites visibles. El horizonte era comido por la propia masa de agua azul-marrón.

– Así que de ahí… ¿Y rodaste hasta acá? ¿Vos sola? ¿Hace mucho?

Preguntaba por preguntar. No iba a saberlo y la enormidad no me lo contestaría aunque se muriese de ganas. Sería muy difícil entender el idioma de una cosa así.

Reí.

Y me rasqué la cabeza.

«¿Y ahora?»